**El Alfa y su Venganza**

En lo profundo de los bosques de la antigua Europa, donde la luna llena iluminaba las noches más oscuras y los aullidos resonaban como cantos sagrados, vivía un hombre lobo llamado Alexander. Aparentaba tener 25 años, pero en verdad, había sido testigo de 130 inviernos. Con un cuerpo musculoso que parecía tallado por los dioses y una inquebrantable confianza en sí mismo, Alexander era venerado y temido como el Alfa de su poderosa manada. Su narcisismo y egoísmo solo eran rivalizados por su deseo de venganza. Hace muchos años, Alexander había estado locamente enamorado de una mujer mortal llamada Isabella. Cuando ella decidió casarse con un humano en lugar de entregarse a la eternidad con él, el despecho quemó en el corazón del licántropo como un fuego insaciable. La noche que Isabella dio a luz a un niño, Alexander vio su oportunidad. Mientras la pareja dormía, se deslizó en su hogar y robó al recién nacido, planeando acabar con su vida para que Isabella sufriera la pérdida incomparable de un hijo. Sin embargo, al sostener al pequeño ser en sus brazos, una inesperada ternura lo inundó. No tenía fuerzas para asesinar a una criatura tan inocente. Decidió que criaría al niño como suyo propio, como su cachorro, y que esa sería la verdadera venganza: Isabella nunca vería a su hijo crecer. Los años pasaron, y Alexander levantó al niño, al que nombró Lucas, en el seno de su manada. Lucas creció entre los lobos, amando y admirando a Alexander, sin saber jamás de su verdadero origen. Alexander, por su parte, fue protector y posesivo, vigilando de cerca a su cachorro y dictando quién podía acercarse a él. La búsqueda angustiosa de Isabella y su esposo para encontrar a su hijo nunca cesó, pero siempre que se acercaban demasiado, Alexander los encontraba y desplazaba a su manada. Cuando Lucas cumplió 17 años, ya había interiorizado las enseñanzas de la manada, se había convertido en el orgullo de Alexander, aunque su vida social se limitaba al futuro Beta y al Delta, pues nadie se atrevía a ganarse la ira del Alfa. Un día, en una inesperada vuelta del destino, Lucas conoció a un par de nuevos maestros que no eran otros que Isabella y su esposo disfrazados y adaptados a la nueva vida en búsqueda de su hijo. El encuentro revelaría demasiadas verdades peligrosas, y Alexander, temiendo perder a su cachorro, asesinó a la pareja. Nunca le reveló la verdad a Lucas, quien creyó que sus padres biológicos habían perecido hacía mucho tiempo. Poco después, Lucas reveló a Alexander que se había enamorado de una compañera de clase que solo lo veía como un amigo y se había fijado en otro. La furia devoró el corazón de Alexander ante tal rechazo a su cachorro. Afirmó su amor paternal ante Lucas, prometiéndole que siempre estaría a su lado. Bajo la luz de la luna, Alexander visitó la casa de la joven, dispuesto a castigarla por rechazar a su hijo. Transformándose parcialmente, le ofreció una mezcla de halagos y amenazas. La chica, aterrorizada, aceptó sus condiciones para salvar su vida. Los eventos que siguieron vieron a la chica pedir perdón a Lucas, confesar un amor que no sentía y romper con su verdadero novio. Mientras, Alexander supervisaba cada detalle, asegurándose de que su plan se realizara. Para cimentar su legado, Alexander llevó a Lucas para que fuese transformado en hombre lobo y adoptado por la sangre en un ritual comandado por la bruja de la manada. Lucas, sin embargo, nunca sabría la verdad de su origen. Crecido bajo las sombras de secretos y decisiones forzadas, vivió amando y respetando al hombre que creía era su padre. Alexander, satisfecho, veía cómo su plan se completaba, asegurándose no solo de mantener a Lucas a su lado sino de entretejer su legado en la eternidad de la manada. Y así, la venganza del Alfa era total. Isabella y su esposo desaparecidos, su cachorro atado a él para siempre, incluso a través de la prole que seguirían. Entre los árboles altos y las noches iluminadas por luna llena, el aullido de Alexander resonaba como la proclamación de una victoria eternamente agridulce.