"Ecos de una Vida Rota: Remordimiento Musical"

En la ostentosa mansión de Richard Donovan, el aire era espeso con el olor a éxito y decadencia. Richard, un hombre de 35 años, exudaba grandeza con cada paso que daba. Su cuerpo esculpido y su imponente presencia eran la envidia de muchos, pero su carácter repelía a todos. Desde temprano, había acumulado una inmensa fortuna gracias a sus implacables habilidades en los negocios. Sin embargo, su éxito profesional era eclipsado por su cruel personalidad. A los 21 años, cuando su esposa murió al dar a luz a su único hijo, Gabriel, Richard se sumergió aún más en el mundo empresarial y en aventuras con incontables amantes. Su hijo, un joven frágil y tímido que pasaba su tiempo entre libros y computadoras, siempre fue objeto de las burlas y desprecios de Richard. Para él, Gabriel era un débil, un nerd y un perdedor en toda regla. Desconociendo la enfermedad terminal que padecía Gabriel, Richard no hacía más que menospreciarlo y convertir su vida en un infierno. El joven, resignado a su destino, solo quería una vida mejor, lejos de la sombra opresiva de su padre. Un día, la tensión entre ellos llegó a un punto crítico. Gabriel, harto del maltrato, confrontó a su padre en una discusión feroz. —¡No tienes idea de lo que es ser yo! —gritó Gabriel, con lágrimas de rabia—. ¡No sabes lo que es vivir con una sombra como tú! Richard, acostumbrado a intimidar, respondió con un golpe mortal al corazón de Gabriel. —Eres un inútil, igual que tu madre. Nunca serás nada. Las palabras de su padre resonaron en la mente de Gabriel, desatando una crisis intensa. El joven cayó al suelo, inconsciente. Por primera vez en años, una sensación ajena invadió a Richard: la culpa. Desesperado, cargó a su hijo y lo llevó al hospital. El diagnóstico fue devastador: Gabriel tenía una enfermedad terminal y le quedaba poco tiempo de vida. La culpa y el remordimiento golpearon a Richard como un maremoto. En la habitación del hospital, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la cama de su hijo. —Perdóname, Gabriel. Perdóname por todo el dolor que te causé —suplicó Richard. Gabriel, con la debilidad consumiéndolo, miró a su padre con una suavidad inesperada. —Te perdono, papá. Durante las siguientes tres semanas, padre e hijo compartieron momentos juntos. Richard, intentando compensar años de ausencia y maltrato, trató de darle a Gabriel la vida que nunca tuvo. Un día, decidieron pasar una jornada en el campo. Mientras disfrutaban del aire libre, Gabriel tuvo una nueva crisis, más fuerte que las anteriores. Richard intentó reanimarlo desesperadamente. —¡No, hijo! ¡No te vayas! ¡Perdóname, por favor! —gritó, mientras la vida abandonaba el cuerpo de Gabriel. El joven murió en los brazos de su padre, dejando a Richard solo con su dolor y arrepentimiento. La pérdida fue insoportable. Richard se ahogó en la locura, incapaz de aceptar la realidad. En su oficina, colocó un muñeco que pretendía ser su hijo y le hablaba como si Gabriel estuviera vivo. —Deja que termine esto del trabajo y nos vamos a pasar tiempo, padre e hijo —le decía al muñeco, con una voz quebrada. Sus empleados vivían aterrorizados, sabiendo que cualquier comentario sobre la realidad podría desencadenar la violencia de Richard. La presencia del muñeco se convirtió en un aviso constante del quebranto de un hombre que lo tenía todo, pero que perdió lo más importante por su ceguera y orgullo. Así, Richard Donovan, el hombre que una vez dominó el mundo de los negocios, quedó recluido en la prisión de su propia culpa, hablando con sombras y recuerdos, pagando un precio incalculable por sus acciones.