**Ecos de un Corazón Olvidado: La Tragedia de un Padre y un Hijo**

En la ciudad de Nueva York, vivía un hombre llamado Richard Kensington, un magnate de 35 años conocido tanto por su carismática apariencia como por su fortuna inmensa. Su éxito empresarial y sus aventuras amorosas eran el tema principal de las revistas y tabloides. Sin embargo, detrás de esa fachada de éxito y opulencia, Richard llevaba una vida de crueldad y desdén hacia su hijo único, Leonardo. Leonardo nació cuando Richard tenía apenas 21 años. La tragedia tocó sus vidas desde el principio: la madre de Leonardo falleció durante el parto. Desde entonces, Richard volcó toda su energía en expandir su imperio empresarial y en una interminable sucesión de amantes, apenas prestando atención a su hijo. Consideraba a Leonardo un débil, un nerd y un perdedor que nunca podría estar a su altura. Los días de Leonardo transcurrían en el infierno de la administración de su padre, que no perdía oportunidad para humillarlo y hacerle sentir que no valía nada. Lo que Richard desconocía era que Leonardo padecía una enfermedad terminal. El joven de 14 años, ya débil y frágil por naturaleza, tenía los días contados. Un día, cansado de las constantes humillaciones, Leonardo decidió enfrentarse a su padre. La discusión fue feroz, llena de gritos y recriminaciones. En medio de los insultos y la tensión, Leonardo sufrió una crisis tan severa que perdió el conocimiento. Por primera vez, Richard sintió una punzada de culpa y remordimiento en su corazón. Llevó a su hijo al hospital con desesperación. Fue en el hospital donde Richard se enteró de la enfermedad terminal de Leonardo. La noticia lo golpeó como un balde de agua fría; la culpa y el remordimiento lo consumieron. Al ver a su hijo indefenso en la cama del hospital, le suplicó perdón, llorando amargamente. Leonardo, con su alma noble y sin rencor, lo perdonó. Pasaron tres semanas compartiendo momentos que nunca antes habían tenido, tratando de llenar el vacío de los años perdidos. En un intento por regalarle a Leonardo un día memorable, Richard organizó un día de campo. Mientras estaban juntos en el prado, Leonardo sufrió una crisis tan fuerte que su vida se apagó. Richard, desesperado, gritó al cielo: "¡No, no, hijo, por favor no te vayas, perdóname!" Pero Leonardo se había ido para siempre. La pérdida sumió a Richard en una espiral de locura. Se negó a aceptar la realidad y se convenció de que Leonardo seguía vivo. En su oficina, había colocado un muñeco al que le hablaba como si fuera su hijo. Sentado frente a su escritorio, discutía planes de futuro y prometía: "Déjame terminar esto del trabajo y nos vamos a pasar tiempo, padre e hijo". Sus empleados vivían aterrorizados. Sabían que cualquier mención de la muerte de Leonardo desencadenaba violentas reacciones en Richard, que se volvía peligroso y agresivo. Mientras tanto, Richard continuaba viviendo en su mundo de fantasía, abrumado por la culpa, el remordimiento y el dolor de haber perdido lo único que realmente importaba. Y así, el hombre que una vez tuvo el mundo a sus pies se desmoronaba lentamente, preso de su propia locura. En su mansión vacía y sus inmensas oficinas, sólo el eco de su voz resonaba, una triste melodía de arrepentimiento y desespero en un imperio vacío.