Echoes of the Past: Redemption of a Damaged Mage

En una lúgubre noche de otoño, las sombras se cernían siniestramente sobre la majestuosa mansión de Alaric Blackwood, un mago de sangre pura cuya imponente figura y ardiente egoísmo eran tan notables como sus poderes. El tiempo no había templado su arrogancia ni su desprecio por los no mágicos. Sin embargo, la grieta en su alma seguía creciendo desde el día en que abandonó a su hijo squib en un orfanato muggle veinte años atrás. Alaric, entonces un joven mago de 20 años, lo hizo para asegurarse de que el legado de su sagrado linaje no quedara mancillado. Una tarde, mientras revisaba sus correspondencias, Alaric encontró una carta del orfanato, rompiendo así la quietud de su existencia pomposa. Le requerían con urgencia. Frunciendo el ceño desdeñosamente, se dispuso a presentarse, más molesto por la interrupción que por cualquier preocupación genuina. Al llegar, fue conducido apresuradamente por los pasillos estrechos y retro de la institución. Su semblante altivo comenzó a resquebrajarse al acercarse a una pequeña y desvencijada habitación, donde la visión de un joven convulsionando y agonizando sobre una cama destartalada le golpeó con una brutalidad indescriptible. Ese joven era su hijo. El niño al que había renunciado como indigno dos décadas atrás, ahora languidecía en la agonía. Toda la fachada de Alaric se derrumbó. El arrepentimiento, un huésped desconocido en su corazón, sacudió cada fibra de su ser. Se abalanzó sobre la cama y, con voz desesperada, le suplicó: "¡Resiste! Te sacaré de aquí y buscaré los mejores médicos para que no mueras. ¡Por favor, resiste! Perdóname por abandonarte..." Pero ya era tarde. El joven exhaló su último aliento. La vida se desvaneció de sus ojos, dejando a Alaric con una pesada culpa que nunca había experimentado. No podía ni quería aceptar la pérdida. Tomó el cuerpo inerte en sus brazos, y en un acto de suprema determinación, lo llevó de vuelta a su mansión. En una cámara secreta, escondida de todos los ojos indiscretos, Alaric preparó el cuerpo. Usando un hechizo de preservación, fijó la imagen de su hijo en un estado de pacífica quietud. Se quedó observándolo, con lágrimas ardientes rodando por su rostro comúnmente severo. Le susurró con una convicción feroz: "Ahora vuelvo, hijo. Te levantarás y vivirás. No me importa lo que tenga que hacer..." Dispuesto a desafiar las leyes de la naturaleza y la magia por igual, Alaric se marchó de la habitación, su corazón palpitando con el brío de un propósito que trascendía su vanidad. En ese instante, el hombre que creía conocer todo sobre el poder estaba a punto de embarcarse en un camino que ni siquiera él podía prever. El amor y el remordimiento lo llevarían a los confines de lo imaginable, a una búsqueda que podría redimir su alma o condenarla para siempre.