Echoes of Infinity: A Wizard's Redemption

En la mágica ciudad de Edrelia, Vivicus Blackthorn era conocido tanto por su asombroso dominio de la magia como por su imponente presencia física. Con apenas 35 años, sus músculos esculpidos y rostro de facciones perfectas eran complemento de una arrogancia que sabía proyectar, consciente de que pocos podían igualarlo en lo mágico y lo mundano. Vivicus permanecía fiel a una creencia profundamente arraigada en la pureza de la sangre y la supremacía de los magos. En su juventud, su convicción era inquebrantable. A los 20 años, cuando su hijo único, Thorne, nació sin un atisbo de magia, parecía un escarnio del destino. Un squib en la familia Blackthorn, una vergüenza intolerable. La decisión, aunque dolorosa, no le resultó complicada; dejó al niño en un orfanato muggle, decidido a mantener la pureza de su linaje. Los años pasaron y Vivicus se mermó en su propio éxito y arrogancia. Sin embargo, una carta inesperada llegó un día a su mansión, firmada por la directora del orfanato muggle. En ella, le pedían que se presentara de inmediato, pues algo grave le estaba ocurriendo a Thorne. Un nudo de preocupación se formó en su estómago al leerla, una sensación extraña y desconocida para él. Al llegar al orfanato, Vivicus fue recibido con rostros reprobatorios y compasivos; un sentimiento de incomodidad que no había experimentado antes. La directora lo condujo a una pequeña habitación, donde yacía su hijo, Thorne, de 15 años, convulsionando y en agonía sobre una camilla. El tiempo pareció detenerse para Vivicus. En ese instante, toda la arrogancia y el narcisismo que antaño había llevado con orgullo se desmoronaron. Se acercó a su hijo, cuyos ojos, desesperados y llenos de dolor, encontraron los suyos. La conexión fue inmediata, visceral. Rompió la barrera entre el ego y el amor puro que había reprimido durante tanto tiempo. —Resiste, Thorne —suplicó Vivicus, con lágrimas de arrepentimiento surcando su rostro—. Te sacaré de aquí y buscaré los mejores médicos para que no mueras. Por favor, resiste. Perdóname por abandonarte. Pero fue en vano. Thorne dejó escapar su último aliento mientras Vivicus lo sostenía. Un grito de dolor y desesperación emergió de su garganta, una mezcla de irreparable pérdida y auto-recriminación. Incunable a aceptar la partida de su hijo, Vivicus decidió llevar el cuerpo inerte de Thorne a su mansión. En una habitación solitaria, con lágrimas secas en su rostro, lo colocó sobre una cama adornada con terciopelo. Con un hechizo de preservación, selló el cuerpo de Thorne, asegurándose de que no decayese. —Ahora vuelvo, hijo mío. —Murmuró, decidido, proyectando su propia promesa. —Conseguiré que te levantes y vivas, no me importa lo que tenga que hacer. Con una determinación feroz, Vivicus dejó la habitación. La dolorosa búsqueda de redención comenzaba, con el peso de su decisión y su promesa de devolverle la vida al hijo que dejó atrás. Sabía que ningún poder, magia negra o blanca, estaría fuera de su alcance o determinación. No descansaría hasta corregir el error más grande de su vida.