Echoes of a Forgotten Heart

Había una vez un hombre llamado David Chocarro, cuyo atractivo físico y carisma notable pintaban un futuro prometedor en el mundo del espectáculo. Era musculoso, viril, ególatra y narcisista, pero antes de sucumbir a la fama, tenía una vida distinta, edificada sobre un fuerte pilar de amor familiar. David había estado casado con Laura, una mujer con un corazón gentil y una lealtad inquebrantable. Laura siempre había estado con él, en las buenas y en las malas, y juntos habían celebrado la llegada de su primer hijo, Nicolás, un pequeño que traía luz a sus vidas. Laura y Nicolás eran el motor que impulsaba a David hacia sus sueños, haciéndolo trabajar incansablemente para que no les faltara nada. A medida que David subía en la escalera de la fama, la vanidad y la lujuria comenzaron a dominar su corazón. Atractivo y famoso, David no pudo resistirse a los encantos de las numerosas mujeres que se le acercaban, deseosas de estar con él por su físico prominente. Poco a poco, fue olvidando a Laura y Nicolás, delegándolos en un rincón oscuro de su memoria. Laura, la mujer que una vez había sido su compañera de vida, se convirtió en poco más que una criada, obligada a dormir en los cuartos de servicio. David negaba su existencia, proclamando su soltería para alimentar su estilo de vida desenfrenado. Nicolás, a pesar de ser su hijo, fue víctima del desprecio y el rechazo de David. Durante 15 años, David lo humilló y lo menospreció, burlándose de él por ser un nerd, un débil e insignificante a sus ojos. Nunca hubo cariño ni tiempo compartido, solo una herida abierta que se ensanchaba con cada jornada de indiferencia. El destino, sin embargo, tenía un precio alto para David por el sufrimiento causado. Durante la lujosa fiesta en celebración de su 16º aniversario como actor, una de sus tantas amantes despechadas, al descubrir que no pretendía casarse con ella, apareció inesperadamente. En su enojo, sacó una pistola y apuntó a David, pero la bala se desvió e impactó en Nicolás. En ese trágico momento, David experimentó, por primera vez, preocupación, culpa y remordimiento. Laura se apresuró a donde yacía su hijo y lloró desesperada: "No, hijo, no me dejes. No podría vivir sin ti. Nunca me perdonaré habernos quedado en este infierno". David, con el corazón destrozado, se arrodilló al lado de su hijo y le suplicó: "Por favor, resiste. Estarás bien. Ya llamé a los paramédicos". Nicolás, con la fuerza que le quedaba, miró a su padre y le dijo: "No quiero irme con odios ni rencores. Te perdono, papá. Ahora sin mi presencia sigue disfrutando tu vida". Tras sus palabras, Nicolás murió. David lanzó un grito desgarrador: "¡No, hijo, no te vayas! Sé que estás vivo, resiste", pero todo era inútil. Laura, consumida por el dolor y la ira, le gritó a David: "Vete, David. Nuestro hijo murió por tu culpa. Siempre permanecí a tu lado por él, pero ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio". Se marchó, dejando a David lamentando su pérdida. El funeral fue un evento sombrío. David, quien nunca se quiso separar del cuerpo de Nicolás, ayudó a cargar el ataúd, hundido en un mar de culpa y arrepentimiento. En el cementerio, Laura se acercó y dijo: "Adiós, David. Espero que te vaya bien en tu vida". David, incapaz de aceptar su partida, se arrodilló ante ella y suplicó: "Por favor, no te vayas. Ahora que nuestro hijo no está, debemos consolarnos mutuamente". Con una ironía dolorosa, Laura respondió: "¿Qué hijo, dices, David? Siempre nos negaste, diciendo que eras soltero y sin hijos. Ahora tu mentira se ha hecho realidad. Déjame ir". David volvió a la casa, desolado. Entró en la habitación de Nicolás y, al tocar sus juguetes y sus pertenencias, el dolor y la culpa lo abrumaron. En su desesperación, gritó: "Debí haber pasado tiempo contigo, hijo. Debí haberte dedicado atención en vez de perder mi tiempo con vanidades y placeres vacíos". Arrojó las cosas de Nicolás al suelo, y, finalmente, exhausto, se dejó caer en la cama de su hijo mientras sostenía una fotografía suya. Con el paso de los meses, el sufrimiento y la culpa que carcomía a David terminaron por sumergirlo en la locura. En su mundo mental, Nicolás seguía vivo y, por fin, pasaban tiempo juntos. Era un triste escape de una realidad que David no pudo, ni quiso, enfrentar.