Echoes of a Broken Heart-7

Era una noche oscura y fría cuando la vida de David Chocarro comenzó a cambiar de manera irrevocable. En sus comienzos, David no era más que un hombre con sueños y ambiciones, compartiendo una pequeña pero acogedora casa con su amada esposa, Ana, y su hijo recién nacido, Mateo. Ana siempre estuvo a su lado, desde los días difíciles en los que apenas tenían dinero para sobrevivir, hasta el momento en que David comenzó a ganar reconocimiento como actor y modelo gracias a su atractiva apariencia física. David comenzó su carrera pensando en el bienestar de su familia. La fama y el dinero eran solo un medio para un fin: asegurar una vida cómoda y próspera para Ana y Mateo. Sin embargo, la tentación de la fama resultó ser un veneno insidioso que poco a poco se infiltró en su corazón. La vanidad y la lujuria rápidamente dominaron su vida, dejando a su esposa y a su hijo en un segundo plano. El hombre que alguna vez fue un marido amoroso se transformó en un ser narcisista y ególatra, embriagado por la atención de las innumerables mujeres que lo deseaban. Ana, que alguna vez compartió su cama, fue relegada a los cuartos de servicio, y David comenzó a negarla públicamente, presentándose siempre como un hombre soltero y disponible. Mateo, un niño inteligente y sensible, sufrió aún más a manos de su propio padre. Lejos de recibir el amor y la atención que necesitaba, fue objeto de burlas y desprecio por parte de David, quien veía en él a un "nerd" insignificante y débil. Durante largos 15 años, Mateo fue víctima de bullying continuo y maltrato emocional, carente del apoyo paterno. La vida, sin embargo, le tenía preparada una lección amarga a David. En su decimosexto aniversario como actor, David organizó una pomposa fiesta, rodeado de aquellos que se alimentaban de su fama y carisma. Entre los invitados estaba una de sus recientes amantes, una mujer que había creído en sus falsas promesas de matrimonio. Despechada al descubrir el engaño, ella irrumpió en la fiesta con un arma en mano, decidida a hacer pagar a David por sus mentiras. El caos se desató cuando la mujer disparó, pero en un cruel giro del destino, la bala no alcanzó a David, sino que impactó a Mateo, que se encontraba en la fiesta por insistencia de su madre. El joven cayó al suelo, y por primera vez en años, David sintió una punzada de preocupación y culpa. Ana corrió hacia su hijo, gritando desesperada, "¡No hijo, no me dejes! ¡No podría vivir sin ti! Nunca me perdonaré por no habernos ido de este infierno…" Las lágrimas rodaban por su rostro mientras abrazaba al joven herido. David se arrodilló junto a ellos y, con una voz quebrada, suplicó, "Por favor, resiste, estarás bien. Ya llamé a los paramédicos." Mateo, con su último aliento, miró a su padre y con voz débil le dijo: "No quiero irme con odios ni rencores… te perdono, papá. Ahora, sin mi presencia, sigue disfrutando tu vida." Dicho esto, Mateo cerró sus ojos para siempre. El grito de dolor de David resonó en la sala, ahogado por su desesperación, "¡No, hijo no te vayas! ¡Yo sé que estás vivo, resiste!" Ana, llorando y rota por dentro, se levantó con una fuerza que no sabía que tenía y le dijo a David, "Vete, David. Por tu culpa, nuestro hijo murió. Vete y disfruta tu tiempo con tus amantes. Por nuestro hijo nunca te dejé, por él permanecí a tu lado. Ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio." Ana se marchó con el corazón destrozado, dejando a David llorando sobre el cuerpo inerte de su hijo. La funeraria llegó y, durante el funeral, David ayudó a cargar el ataúd, sumido en una penitencia silenciosa. Cuando el joven fue enterrado, Ana se acercó a David por última vez y le dijo, "Adiós, David. Espero que te vaya bien en tu vida." Al verla alejarse, David se arrodilló ante ella, implorando, "Por favor, no te vayas. Ahora que nuestro hijo no está, debemos consolarnos." Ella, con ironía amarga, respondió, "¿Cuál hijo? Según recuerdo, siempre nos negaste diciendo que eras soltero y que no tenías hijos. Se te volvió realidad tu mentira. Déjame ir". Completamente devastado, David se encerró en la habitación de Mateo, tocando sus juguetes y objetos personales, recordando todos los momentos que no compartieron. La culpa y el dolor lo asfixiaban, y entre gritos y lágrimas, comenzó a destrozar la habitación, lamentándose, "Debí haber pasado tiempo contigo, hijo. Debí dedicarte atención y no haber perdido mi tiempo con mujeres." Los meses pasaron y el dolor no cesó. David perdió la razón, su mente se sumió en una fantasía donde Mateo seguía vivo. En ese mundo irreal, pasaban tiempo juntos, como padre e hijo, como siempre debió ser. Pero la realidad era implacable, y David quedó atrapado en una espiral de remordimiento y locura, pagando el precio más alto por su vanidad y negligencia.