Echo of Vengeance: Redemption's Tune

En el bullicioso y concurrido mundo del espectáculo, donde los flashes de las cámaras adornan cada paso, Jaime se destacaba como una estrella inquebrantable. Con tan solo 30 años, había logrado una fama indescriptible como actor y modelo. Sin embargo, en las sombras de su brillante carrera, su hijo, Lucas, sufría en silencio. Lucas, un joven nerd de 14 años, tenía un corazón noble pero un alma herida, ignorado y despreciado por su propio padre, quien lo consideraba insignificante y débil. En la preparatoria, Lucas soportaba el peso del bullying casi a diario. Sus compañeros de clase se burlaban de su amor por la ciencia ficción, los videojuegos y las matemáticas. Le robaban sus libros y le destrozaban sus proyectos. Pero la peor traición llegó cuando el chico más popular, Andrés, hizo una cruel apuesta: lograría enamorar a Lucas solo para humillarlo públicamente después. Andrés fingió ser su amigo, le susurró mentiras disfrazadas de halagos y poco a poco se ganó la confianza de Lucas. Por una breve y engañosa semana, Lucas sintió un rayo de esperanza y cariño que nunca había experimentado, ni siquiera de su padre. Pero esa burbuja de felicidad fue cruelmente explotada cuando, en medio del gimnasio repleto de estudiantes, Andrés lo humilló, revelando la apuesta y riéndose de su dolor. Devastado y sintiéndose completamente solo, Lucas vio un único escape en un frasco de veneno que había tomado de la clase de química. Decidido a poner fin a su sufrimiento, ingirió la sustancia letal. Fue encontrado inconsciente por uno de los conserjes y rápidamente llevaron al hospital, donde fue ingresado de urgencia. Pero al llamar a su padre, Jaime, la respuesta fue una fría y desconcertante indiferencia. "No me interesa lo que hizo," dijo sin apartarse de su amante. Horas más tarde, Lucas murió, y la noticia eventualmente llegó a su padre, quien finalmente hizo el viaje al hospital. Al ver el cuerpo inerte de su hijo en la cama, la culpa y el arrepentimiento comenzaron a devorar el corazón de Jaime. En el entierro, mientras el ataúd era bajado a la tumba, emergió en él un tormento sin precedentes. Se enteró de la brutal verdad de la apuesta que llevó a su hijo a la desesperación. En un acto de locura y afligido por el dolor, Jaime tomó una pistola y una foto de Lucas. "Mataré al culpable de tu muerte y me vengaré de todos tus abusadores," murmuró con sus ojos llenos de furia. Arrodillado frente a la tumba de su hijo, Jaime fue consumido por una venganza implacable. Buscó a Andrés y a cada uno de los abusadores de Lucas, acabando fríamente con sus vidas en un torbellino de violencia desquiciada. Después de cometer esos actos atroces que, en su mente trastornada, parecían un acto de justicia, Jaime regresó a la tumba de su hijo. "Ya te vengué, hijo. Ahora voy a acompañarte, pues sin ti no puedo vivir," susurró. En ese instante, la Muerte se le apareció. "Veo lo que has hecho," dijo la Muerte con voz profunda y resonante. "Quiero hacer un trato contigo. Puedo hacer que regreses horas antes de que tu hijo ingiera el veneno, y podrás salvarlo. Pero a cambio, te convertirás en mi cegador. Matarás a los criminales en mi nombre. ¿Aceptas?" Jaime, sin dudarlo, aceptó el trato. La Muerte extendió su mano esquelética y, en un abrir y cerrar de ojos, Jaime se encontró de nuevo en su lujoso apartamento, pero esta vez con el conocimiento y determinación de salvar a su hijo. Corrió hacia la escuela, encontrando a Lucas justo a tiempo antes de que tomara el veneno. Abrazando a su hijo con fuerza, Jaime susurró entre sollozos, "Lo siento mucho, hijo. Estaré aquí para ti, siempre." Desde ese día, su relación cambió fundamentalmente. Sin embargo, Jaime no olvidó el pacto que hizo. Se convirtió en el cegador de la Muerte, llevando a cabo su nueva misión con una frialdad y precisión que le valieron el reconocimiento en ese lúgubre reino. Aunque había salvado a su hijo, Jaime nunca dejó de cargar con la culpa de no haber estado allí cuando más lo necesitaba. Ahora, cada vez que un criminal recibía su juicio bajo su mano, sentía el peso de la redención y la justicia, en un eterno purgatorio personal.