Echo of a Forgotten Past

En la deslumbrante capital del cine y la moda, David Chocarro se había convertido en un icono, admirado y deseado por su atractivo físico y su carismática presencia en la pantalla. Pero antes de ser el aclamado actor y modelo, David había tenido una humilde y feliz vida con su esposa, Carla, y su recién nacido hijo, Alejandro. Carla había sido su roca inquebrantable, acompañándolo en las duras pruebas del principio de su carrera. Fue por ella y por su hijo que David había decidido seguir adelante, perseverar y alcanzar la fama. Sin embargo, con el tiempo, la fama y la vanidad oscurecieron su corazón. La atención constante, los elogios y las tentaciones de la lujuria desviaron su camino, haciéndole olvidar a quienes le habían apoyado desde el principio. David se convirtió en un hombre ególatra y narcisista, trataba a Carla como una mera criada, llegando al extremo de obligarla a dormir en los cuartos de servicio. Negaba públicamente su existencia, declarando que era un hombre soltero. Su relación con Alejandro era aún peor. Despreciaba y humillaba a su hijo, burlándose de él por ser un nerd, un débil y, en sus palabras, un insignificante. Los años pasaron, y el desprecio de David solo crecía. Sin embargo, el sufrimiento y las lágrimas de Carla y Alejandro no pasarían inadvertidos para el destino, que tenía preparada una cruel lección. Una noche de gala, durante la celebración de los 16 años de la carrera de David, una de sus muchas amantes apareció en la fiesta, furiosa al descubrir que nunca se casaría con ella. En su rabia, sacó una pistola y, al intentar disparar a David, la bala se desvió e impactó en Alejandro. Por primera vez en mucho tiempo, David sintió un nudo de preocupación, culpa y remordimiento en su corazón. Carla corrió hacia su hijo, sollozando y pidiendo que no la dejara. David, arrodillado junto a ellos, imploraba al joven que resistiera, que estaría bien porque los paramédicos ya venían. Alejandro, con sus últimas fuerzas, le dijo a su padre que lo perdonaba, y luego cerró sus ojos para siempre. David lanzó un grito desgarrador y la madre de Alejandro, con el dolor reflejado en sus ojos, le recriminó que por su culpa su hijo había muerto. “Ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio”, le dijo y se fue llorando, dejando a David con el cuerpo de su hijo. El funeral fue sombrío. David, ayudando a cargar el ataúd, estaba completamente devastado. Al terminar el entierro, Carla se acercó a él y le dijo adiós. David, arrodillado, imploraba que se quedara a su lado, pero Carla, con una fría ironía, le respondió: “Según recuerdo, tú siempre negaste tener un hijo. Tu mentira se volvió realidad. Déjame ir”. Desamparado, David ingresó a la habitación de Alejandro. Cada juguete, cada detalle de la habitación aumentaba su dolor y culpa. Desesperado, lanzó al suelo todas las cosas, gritando que debía haber pasado tiempo con su hijo y no haber desperdiciado su vida en placeres efímeros. Llorando, se quedó dormido en la cama de su hijo, abrazando su fotografía. Con el paso de los meses, la realidad se volvió insoportable para David. La culpa y el dolor lo trastornaron por completo. En su mundo mental, Alejandro seguía vivo y juntos pasaban el tiempo que nunca pudieron compartir. Atrapado en su propia mente, David vivía una existencia de fantasía, tratando de enmendar, aunque sea en su imaginación, los errores y el sufrimiento que había causado.