Deseos Inesperados: una Lámpara, un Entrenador y un Mundo Cambiado

Era una noche fría y lluviosa cuando Lucas, un joven de 17 años con gafas gruesas y una constitución delgada, caminaba hacia su casa. Había tenido otro día difícil en la preparatoria, donde era víctima constante del bullying ejercido por el entrenador de 33 años, el Sr. Martínez; un hombre musculoso, ególatra, atractivo y millonario que no perdía oportunidad para humillar a Lucas frente a los demás estudiantes. Para evadirse de su realidad, Lucas a menudo encontraba consuelo en sus libros y en sus paseos solitarios. En uno de esos paseos, Lucas encontró una tienda antigua que nunca antes había visto. Abrumado por la curiosidad, entró y se encontró con una gran colección de objetos curiosos y antiguos. Entre todos, hubo uno que llamó su atención: una lámpara de aceite decorada de manera intrincada. Intrigado, la compró y la llevó a casa, pensando en cómo una pequeña distracción podría aliviar un poco de su sufrimiento. Ya en su habitación, Lucas se sentó en su cama y, sin pensarlo, dijo en voz alta: "Desearía que el entrenador Martínez fuese mi padre posesivo, protector y controlador". Lo dijo con cierto sarcasmo y resentimiento, sin saber que las palabras que acababa de pronunciar transformarían su vida para siempre. A la mañana siguiente, Lucas se despertó en una habitación que no reconocía. Era elegante, llena de muebles caros y decoraciones que contrastaban con su personalidad y gustos sencillos. Confundido, se levantó y se dirigió hacia la planta baja. Al llegar a la cocina, se encontró con una escena sorprendente: el entrenador Martínez, su torturador, le sonreía cariñosamente. —¡Buenos días, hijo!— dijo el entrenador con una sonrisa cálida, pero al mismo tiempo altiva. —Desayunemos lo que la criada nos ha preparado. Lucas miró a la criada y la reconoció de inmediato: era su madre. En esta nueva realidad, ella había suplicado ayuda económica al entrenador al enterarse de que esperaba un hijo suyo. El entrenador, al saber que sería padre, decidió fríamente que su hijo solo sería suyo y que no tendría madre. Obligó a la mujer a mantener las distancias a cambio de estar cerca del niño, pero sin intervenir en su crianza. Volviendo al presente, el entrenador Martínez, con una actitud amorosa, le dijo a Lucas: —Hoy vamos a la preparatoria, hijo. Recuerda, allí soy tu profesor y estoy muy orgulloso de tus calificaciones. Ah, y empezaremos a entrenar tu físico para que seas fuerte y tengas un gran futuro. Lucas estaba desconcertado, pero antes de que pudiera decir algo, el entrenador lo abrazó paternalmente, de una forma que nunca antes había experimentado. Luego se giró hacia la criada, es decir, la madre de Lucas, y dijo en tono despectivo: —Levanta los platos y limpia la mansión. Esta noche celebraremos tu premio, hijo, por haber ganado las Olimpiadas de Matemáticas del estado. El abrazo fue inesperadamente cálido, algo de lo que Lucas carecía en su vida anterior. Sin embargo, a medida que pasaba el día, Lucas empezó a notar que, aunque el entrenador era amoroso y protector con él, con los demás seguía siendo el mismo hombre arrogante y despectivo. Descubrió también, con el tiempo, que su nuevo padre era extremadamente posesivo y controlador respecto a sus amistades. Nadie podía acercarse a Lucas sin la aprobación del Sr. Martínez, quien estaba convencido de saber lo que era mejor para su hijo. La dualidad en la personalidad del entrenador hizo que Lucas viviera en un constante dilema. Por un lado, disfrutaba del amor y protección que nunca había tenido, pero por otro, empezaba a sentirse atrapado en una jaula de oro, donde cada aspecto de su vida era minuciosamente controlado por su nuevo padre. Lucas, aún impactado por los cambios drásticos en su vida, comenzó a reevaluar lo que realmente quería. ¿Realmente deseaba un padre así de controlador, aunque cariñoso? La respuesta a esta pregunta se volvería más compleja y profunda a medida que avanzara el tiempo, dejando a Lucas en una encrucijada entre el deseo de ser amado y la necesidad de ser libre.