David Chocarro: Un Viaje de Redención

Hace dieciséis años, David Chocarro no era el hombre que el mundo conocía hoy—un famoso actor y modelo, siempre rodeado de lujos y tentaciones. En sus inicios, David era un joven lleno de esperanzas y sueños, dedicando cada triunfo a su esposa Laura y su recién nacido hijo, Manuel. Laura se mantuvo a su lado en las malas, mostrándole un amor incondicional que sostenía toda su carrera. Había trabajado incansablemente para brindarles la vida que ellos merecían. Sin embargo, la fama y la vanidad pronto se apoderaron de su corazón. David olvidó las promesas y los sacrificios que alguna vez hizo por su familia. Se permitió caer en las tentaciones del éxito: la adulación, las mujeres y un ego que creció sin control. Se convirtió en un narcisista, tratando a Laura como una criada y humillando constantemente a Manuel, a quien despreciaba por ser un "nerd" y discutir lo que él consideraba insignificante. Pasaron quince años y David había perdido toda cercanía con su familia. Aún así, una amarga ironía del destino, una de sus muchas amantes, que había sido engañada sobre sus intenciones, irrumpió en una ostentosa fiesta celebrando sus dieciséis años como actor. En su ceguera de furia, desenfundó una pistola y disparó a David. Pero la bala, desviada por el frenético caos, alcanzó a Manuel. David sintió, por primera vez en mucho tiempo, una punzada de verdadera preocupación y remordimiento. "No, hijo, resiste," le suplicó, con lágrimas en los ojos, arrodillado a su lado. Manuel, con voz débil y mirada comprensiva, le dijo: "Te perdono, papá. Sin rencor". Y luego, cerró los ojos para siempre. Laura, destrozada y enfurecida, recriminó a David. "Ahora que no está nuestro hijo, ya no hay nada que nos mantenga juntos. Pido el divorcio." Ella se fue, dejando a David sumido en la más negra desesperación. Durante el funeral, David sostuvo el ataúd de su hijo, comprendiendo por fin la magnitud de su egoísmo y sus errores. Pero la empatía llegó demasiado tarde. Laura le dejó claro: “Nunca te importamos. Ahora, tampoco me importas tú.” Volviendo a la casa vacía, David entró en la habitación de Manuel, el dolor y la culpa inundándolo. "Debí haber pasado tiempo contigo," gritó, mientras arrojaba los juguetes de su hijo contra las paredes, arrepentido. Esa noche, David suplicó en su desesperación: "Daría lo que fuera para tenerte de vuelta." Como respuesta, un demonio se materializó, sonriendo con malicia. "¿Dices que darías lo que fuera?" inquirió. “Sí,” respondió David sin dudar, "daré mi alma." "Este es el trato," dijo el demonio. "El tiempo retrocederá seis días antes de la tragedia. En esos días, debes demostrar que has cambiado y ganar el amor de tu hijo. Si fallas, me llevaré tu alma y tu hijo morirá otra vez. ¿Tenemos un trato?" David, sin pensarlo dos veces, aceptó. Todo alrededor de él se distorsionó hasta que se encontró nuevamente seis días antes de la fiesta fatídica. La misión que tenía por delante era monumental. En esos seis días, David buscó redención. Escuchó a Manuel por primera vez, entendiendo sus intereses y pasiones. Pasaron largas horas juntos, haciendo lo que Manuel amaba—leyendo cómics, construyendo modelos de aviones y hablando de ciencia ficción. Intentó reconectar con Laura, mostrando un arrepentimiento genuino y dedicando tiempo a resarcir su maltrato. Pero el tiempo pasaba rápido, y David sabía que no solo eran palabras, sino acciones lo que podría salvarles. La última noche antes del día decisivo, Manuel miró a su padre con lágrimas en los ojos y dijo: “Papá, nunca pensé que podrías cambiar tanto. Creo en ti.” David sabía entonces que quizás había logrado la redención. Pero al día siguiente, durante la fiesta, un inusual evento hizo que una vez más, la amante despechada intentara disparar. Pero esta vez, David, previendo el peligro, se interpuso frente a Manuel, recibiendo la bala en su lugar. Mientras caía al suelo, sintió una paz inesperada. Había rectificado su error, había obtenido el amor de su hijo. El demonio, viéndolo todo, se desvaneció en el aire, sabiendo que David había pasado su prueba. A pesar de su herida, David miró a su hijo y su esposa por última vez, sonriendo antes de cerrar los ojos. Finalmente, encontró una redención que significaba más que cualquier fama o éxito. Y en su sacrificio, hizo que su familia recordara su verdadero yo, el David que alguna vez les amó sin condición.