Broken Father's Vengeance

Había una vez un joven de 14 años llamado Daniel, cuyo brillante intelecto y alma sensible lo distinguían, aunque nadie parecía apreciar su singularidad. Su vida era una continua batalla contra la indiferencia y el desprecio, especialmente de su padre, Alejandro, un famoso actor y modelo de 30 años. Alejandro, siempre envuelto en elegancia y glamour y deslumbrado por la brillantez de su propia estrella, veía a su hijo como una sombra insignificante y débil. Desde que Daniel tenía memoria, su padre apenas prestaba atención a su existencia. En la preparatoria, Daniel era el blanco de constantes burlas y acoso. Su figura frágil y su mente ávida de conocimiento lo convertían en el objetivo preferido de los bullies. Uno de ellos, Marco, el chico más popular de la escuela, un día hizo una apuesta con sus amigos: enamoraría a Daniel, sólo para luego humillarlo públicamente. Marco desplegó todo su encanto, y Daniel, ávido de afecto y amistad, cayó en la trampa. Durante semanas, vivió en una burbuja de felicidad ilusoria, hasta que, en la cúspide de su falso romance, se enteró de la brutal verdad. Su corazón, ya frágil, no pudo soportar tal traición. Desesperado y sintiéndose completamente solo, Daniel decidió poner fin a su sufrimiento. Ingresó a su habitación, tomó un frasco de veneno que encontró en la vieja bodega de su casa y lo ingirió con lágrimas rodando por sus mejillas. Horas más tarde, fue encontrado inconsciente y llevado de urgencia al hospital. La muerte rondaba, y los médicos hicieron lo imposible por salvarlo. Avisaron a Alejandro, quien se encontraba en una escapada romántica con su amante. Cuando recibió la llamada, su respuesta fue fría e implacable: "No me interesa lo que haya hecho". Así, continuó con su lujuriosa distracción, mientras su hijo luchaba por su vida. Finalmente, los esfuerzos médicos resultaron en vano, y Daniel murió solo, su corazón roto y envenenado cayendo en el eterno descanso. Muchas horas después, Alejandro, con expresión y consciencia nublada, fue llevado a la habitación donde se encontraba el cuerpo sin vida de su hijo. Cuando finalmente lo vio, toda la culpa que había reprimido lo asaltó con furia. Lloró, lágrimas de verdadero arrepentimiento, pero ya era demasiado tarde. Tras el entierro, Alejandro no encontró consuelo. La culpa y el dolor lo devoraban como un fuego interno inextinguible. Los detalles de la apuesta que llevó a su hijo a tomar esa mortal decisión llegaron a sus oídos. La furia se unió a su sufrimiento, empujándolo al borde de la locura. Decidió que el único modo de aplacar su agonía era vengar a su hijo. Con una foto de Daniel en mano, juró: "Mataré al culpable de tu muerte, hijo, y me vengaré de todos aquellos que te hicieron daño". En su desesperación, consiguió una pistola, la misma frialdad que lo había acompañado toda su vida ahora se convirtió en un cómplice oscuro y letal. La locura se apoderó de Alejandro, y con cada paso que daba hacia la venganza, el abismo dentro de él se expandía, reclamando por justicia una sombra que ninguna otra chispa de redención podría iluminar.