Blood Bond

En una oscura y remota mansión en las colinas de Transilvania, vivía un vampiro llamado Arcturus. Con una apariencia imponente y una musculatura que le confería una presencia casi divina, Arcturus era tan ególatra como narcisista. Desde su transformación hace 150 años, su belleza y fuerza inmortal solo habían alimentado su desprecio por la debilidad humana, una característica que veía reflejada en su único hijo, Ethan. Ethan, de apenas 15 años, era todo lo contrario a su padre. Delgado, tímido y con una afición por los libros en lugar de por la violencia, el joven había sufrido el desprecio y desdén de Arcturus durante toda su vida. "Débil, insignificante, nerd," así lo describía su padre, quien nunca tuvo paciencia para la complicada fragilidad del espíritu humano que Ethan representaba. El destino, sin embargo, es un maestro impredecible. Una noche fatídica, un accidente de tránsito dejó a Ethan en coma. Los médicos del hospital discutían sobre desconectarlo, considerándolo un caso sin esperanza. Pero, por primera vez en su vida, Arcturus sintió algo diferente: arrepentimiento y culpa. Con una velocidad sobrehumana, se llevó a su hijo de la clínica, volándolo hasta su mansión y depositándolo sobre una ancestral mesa de piedra. "No dejaré que mueras. Papá nunca lo permitirá," susurró Arcturus. Sus colmillos emergieron de su boca y mordieron el cuello del joven dormido. Ethan abrió los ojos, sobresaltado pero vivo, y bebió ansiosamente la sangre de una bolsa que Arcturus había robado de un banco de sangre. El vampirismo había salvado su vida, pero también lo había condenado a compartir la eterna noche con su padre. Meses pasaron y, aunque la relación entre padre e hijo comenzó a sanar, las autoridades fueron notificadas del maltrato infantil que Ethan había sufrido. Los servicios sociales decidieron intervenir, y Arcturus fue informado a través de sus contactos corruptos que pretendían retirar la custodia de su hijo. "Primero muerto que dejar que me quiten a mi hijo. Él es mío y solamente mío," rugió Arcturus, con una furia inhumana. Enfrentado con la pérdida, Arcturus no vio otra opción que huir del país con Ethan. Cambiaron de identidades y, cargando con toda su fortuna oculta, se prepararon para una vida en la sombra. Pero antes de marcharse, el orgullo y la ira de Arcturus lo llevaron a un último acto de venganza. Los policías que lo habían traicionado encontraron su fin en las manos del vampiro, cuyos colmillos sellaron su destino. Finalmente, Arcturus y Ethan abandonaron Transilvania, viajando bajo el manto de la noche. Aunque las cicatrices del pasado eran profundas, padre e hijo sabían que juntos, en un mundo donde el tiempo no tenía fin, podrían encontrar la redención y, tal vez, un atisbo de paz. El imponente vampiro, dispuesto a matar y a destruir con tal de no perder nunca a su hijo, había descubierto algo que ninguna cantidad de fuerza o belleza podría haberle enseñado: el alma inmortal es capaz de cambiar, si guarda aún un susurro de amor en su interior.