Aurelio Casillas: Un vínculo roto y redimido en el imperio de los cielos

La relación entre hermanos se forja en el amor, pero también puede estar marcada por profundas diferencias que terminan separándolos. Esta es la historia de Aurelio Casillas, un hombre cuya vida se entrelazó con la ambición, el poder y el dolor familiar. --- Aurelio Casillas, conocido en el mundo del narcotráfico como el Señor de los Cielos, era un hombre imponente. Con su aspecto musculoso y viril, ninguna mujer podía resistir sus encantos, y pocos se atrevían a desafiarlo. Pero antes de convertirse en rey y capo de capos, Aurelio era simplemente el mediano de tres hermanos. El mayor, Francisco, compartía con Aurelio un odio visceral hacia la pobreza y la miseria en la que crecieron. Ambos estaban dispuestos a todo con tal de salir adelante, incluso si ello significaba entrar al oscuro mundo del narcotráfico. En cambio, el menor de los Casillas, Ramiro, tenía una visión completamente distinta. Para él, la verdadera riqueza estaba en tener una familia unida y un techo bajo el cual vivir, y creía firmemente que se podía salir adelante trabajando honradamente y con dignidad. Cuando Aurelio y Francisco decidieron ingresar al narcotráfico, Ramiro no tardó en darse cuenta de los lujos inexplicables que sus hermanos ostentaban de la noche a la mañana. Al descubrir la verdad, imploró a sus hermanos: "Hermanos, por favor, dejen ese mundo. En ese mundo se ingresa, pero nunca se sale. No quiero que les pase algo. Han entrado en un lugar donde si no matas, no eres fuerte. Por favor, salgan de ese mundo. No quiero verlos muertos." Sin embargo, Aurelio, con la arrogancia y el narcisismo que le caracterizaban gracias a sus prósperos "negocios", desestimó las palabras de Ramiro. "Hermanito, ningún cabrón se atreverá a enfrentarme. Si lo hace, es hombre muerto. Nadie puede contra mí. Agradezco tu preocupación, pero yo sé cómo cuidarme. Nosotros tres somos imparables. Mañana te iniciaré en los negocios de la familia. Eres un buen contador y financiero. Te traje este hermoso reloj de oro, hermano." Después de decir esto, lo abrazó. Esa misma noche, Ramiro decidió marcharse. Antes de partir, escribió una carta a sus hermanos: "Por favor, no me busquen. Ni muerto entraré a ese mundo. Prefiero morir honradamente en la pobreza que vivir de manera delictiva." Y se fue, desapareciendo en la oscuridad. Al día siguiente, cuando Aurelio y Francisco encontraron la carta, el primero la vio como una traición del ser que más quería. Endurecido, le dijo a Francisco: "A partir de hoy, está muerto para nosotros. No es nada nuestro." Acto seguido, destruyó todas las cosas de Ramiro, aunque en secreto se quedó con una foto en la que ambos estaban abrazados. Pasaron más de doce años. Aurelio se había convertido en el capo indiscutible de los narcos, rodeado de mujeres que solo le proporcionaban placer pasajero. Francisco seguía siendo su mano derecha, incondicional en el imperio delictivo que habían construido. Nadie sabía de la existencia de Ramiro, pues Aurelio había ordenado borrar cualquier recuerdo de él. Pero por las noches, en la soledad, miraba la única foto que conservaba y se preguntaba en voz baja: "¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué preferiste la pobredumbre? Estás pagando muy caro tu traición." Ramiro, por su parte, se había convertido en un excelente policía y en un agente dedicado. Un día, el destino le asignó una misión: infiltrarse como espía en la mafia, sin saber que esa mafia pertenecía a su hermano. El destino, siempre caprichoso, hizo que los hombres de Aurelio descubrieran la verdadera identidad del infiltrado y lo llevaran ante su jefe. Aurelio, al verlo, reconoció inmediatamente a su hermano menor. El odio acumulado por la traición y el amor fraternal provocaron un conflicto interno en Aurelio. Ordenó que los dejaran solos y se acercó a Ramiro. "No te preocupes, solo eres un número más en el historial," dijo Aurelio mientras lo golpeaba. "¿Por qué me traicionaste? Fuiste la persona que más he querido. Por ti sería capaz de cualquier cosa. ¿Por qué me abandonaste y te convertiste en un maldito policía?" El rencor le nublaba la razón, y en su furia desatada, siguió golpeándolo. Con pocas fuerzas, Ramiro respondió: "¿Sabes por qué lo hice? No iba a ser cómplice de que mis dos amados hermanos se convirtieran en monstruos sedientos de sangre y poder. No podía ser parte de sus crímenes. Aquí me tienes, mátame si quieres. No le temo a la muerte." La discusión culminó con un disparo. Aurelio, cegado por la rabia, le disparó a su hermanito. Mientras Ramiro estaba en el suelo, aún consciente, le dijo: "Te perdono, Aurelio. Siempre te querré y tendré mis recuerdos de cuando eras mi héroe." Después de decir esto, cerró los ojos. Aurelio, al ver lo que había hecho, gritó: "¡Traigan al médico!" Se arrodilló ante su hermano y le suplicó: "Perdóname, hermanito. Resiste. No me dejes, por favor." El médico llegó y, aunque logró sacar la bala, Ramiro quedó en estado crítico. Días después, Ramiro despertó en una habitación lujosa. Al ver a su hermano, Aurelio se acercó y dijo: "Estoy feliz de que despertaras, hermanito. Después de haber estado a punto de perderte para siempre, he decidido perdonarte y olvidar lo que ocurrió hace doce años. Te protegeré y cuidaremos juntos. No intentes escapar, hermanito. He contratado hombres para que te cuiden. Ya no necesitas trabajar. Ahora me tienes a mí. Cualquier cosa que necesites, te la daré." Después de decir esto, lo abrazó y le susurró: "Te amo tanto, hermanito." Pero en el fondo, ambos sabían que la herida no podría ser sanada tan fácilmente, y que la vida, de una forma u otra, les cobrará factura por las decisiones que habían tomado.