Amor Maldito: Redención de Aurelio Casillas

Era una tarde cálida en la península de Yucatán, con el sol proyectando su ardor sobre las ruinas del antiguo templo maya. Aurelio Casillas, conocido como el Señor de los Cielos, supervisaba a sus hombres mientras saqueaban las riquezas ocultas en el lugar. Sin saberlo, su codicia desató una antigua maldición. Una entidad ancestral, ofendida por la profanación de su sagrado templo, lanzó un hechizo sobre Aurelio, quien pronto se encontró sintiendo una emoción desconocida y abrumadora. Entre la vegetación y las estructuras precolombinas, estaba Daniel, un joven nerd, de aspecto desaliñado pero con una mente brillante. Estudiaba meticulosamente la arquitectura del templo, su pasión evidente en cada vistazo, en cada toma de notas. Nunca podría imaginar que su vida cambiaría radicalmente en cuestión de horas. Aurelio sintió una atracción inexplicable hacia Daniel, una obsesión que le quemaba el pecho y le nublaba la razón. Decidido a averiguar todo sobre el joven, ordenó a sus hombres que lo investigaran. Cada detalle, por más insignificante que fuera, debía ser conocido. "Será mío," murmuraba para sí con cierta delicia anticipada y una posesión oscura. Aurelio se aproximó a Daniel, utilizando su encanto irresistible y su seductora voz grave. Habló en metáforas, prometiendo protegerlo y admirarlo si aceptaba ser su pareja. Pero Daniel, sorprendido e incómodo, le respondió con firmeza: "Nunca me fijaría en un mujeriego que por tener muchas mujeres se cree un gran hombre." Esa respuesta encendió una furia en Aurelio, pero, contradictoriamente, su obsesión se intensificó. "Si fueras otra persona, te mataría," dijo con voz helada, acercándose peligrosamente. "Pero tú me has vuelto loco. Serás mi novio y solamente mío." Aurelio intentó de todo: regalos caros, promesas vagas, gestos aparentemente amables. Pero nada funcionaba. Daniel mantenía su negativa firme, sus ojos llenos de desprecio y desafío. Una noche, Aurelio cambió de táctica. "Te dejaré tranquilo," dijo con tono resignado, "pero antes, podríamos beber algo por la paz." Daniel, creyendo que quizá habría alguna pequeña tregua, aceptó. Sin embargo, no se percató del potente afrodisíaco que Aurelio había vertido en su bebida. Minutos después, abrumado por una pasión desconocida e incontrolable, Daniel se vio envuelto en una vorágine donde las decisiones racionadas se desvanecían. Al día siguiente, se despertó junto a Aurelio, en la lujosa y opulenta habitación de su mansión. Una sensación de pesadumbre se apoderó de él al ver el acta de matrimonio sobre la mesita de noche. Mientras los recuerdos de la noche anterior se desvanecían, entendió la gravedad de su situación. Huir no era una opción; la seguridad de su familia estaba en juego. Decidido a enfrentar su nueva realidad, Daniel le hizo una única condición a Aurelio: "Si de verdad me amas, debes terminar con tus aventuras extramaritales y estar solo conmigo." Aurelio, con una mezcla de posesión y un atisbo de amor, aceptó las palabras de Daniel, a quien ya llamaba en secreto su reina. Utilizando su poder, su dinero y el miedo que generaba, rompió sus relaciones con las mujeres que habían sido sus amantes. Una tras otra, las despidió de su vida, sentando así su compromiso absoluto en una obsesión que trascendía la lógica y la moralidad. La maldición había sido efectiva, pero el futuro que ambos construirían dependía ahora de los estrictos términos de esa unión marcada por la oscuridad y el deseo. Las ruinas mayas habían visto demasiadas historias a lo largo de los siglos, pero ninguna como la de Aurelio Casillas y Daniel, un amor nacido de la codicia y sellado por un hechizo ancestral.