En un pequeño barrio de Bogotá vivía Armando, un hombre de treinta y pocos, con una vida normalita, que siempre había tenido una curiosidad un tanto peculiar. Desde adolescente, soñaba con saber cómo sería un día en los tacones de una mujer. No cualquiera, ojo. Soñaba con ser mujer, pero no cualquier mujer. Fantaseaba con la idea de intercambiar lugares con su suegra, Doña Gloria, una mujer con curvas pronunciadas y una actitud desparpajada que traía de cabeza a medio vecindario.
Una noche, mientras caminaba por el parque del barrio, se encontró con un antiguo amigo del colegio, El Mago Chucho. No era un mago de verdad, claro, pero siempre andaba con sus vainas raras y sus pócimas. Y no era que Armando creyera mucho en esas cosas, pero le surgió la idea.
—Chucho, no sé cómo decirte esto, pero necesito un favor raro—dijo Armando, rascándose la cabeza.
—¿Qué vaina será ahora, hermano?—respondió Chucho, medio risueño y con una ceja levantada.
Luego de explicarle su extraña fantasía, Chucho lo miró pensativo y, sorprendentemente, no se burló. En vez de eso, sacó una botellita de un bolsillo y le dijo:
—Esto es un roncito que hice mezclando guayaba con unas yerbas que me trajeron del Amazonas. Tómalo a la medianoche y verás lo que pasa.
Claro, Armando estaba entre creyente y escéptico, pero decidió ir con la corriente. Esa noche esperó hasta que su esposa y Doña Gloria se fueran a dormir. Se escondió en el baño, miró la botellita y pensó: “¿Qué tan mal puede salir esto?”
A la medianoche en punto, se echó el trago. De repente, sintió un mareo brutal, como si hubiera dado vueltas en una montaña rusa. Cuando abrió los ojos, no podía creerlo. Estaba acostado en la cama de Doña Gloria, y al mirarse en el espejo del tocador, ahí estaban las curvas, los labios rojos y, por supuesto, el cuerpo voluptuoso que siempre había deseado habitar.
Entre asombrado y emocionado, se levantó tambaleante. Andar con tacones no era tan fácil, pero ese era el menor de sus problemas. Lo que no esperaba era sentir el peso de las miradas en la calle, a donde decidió salir a dar una vuelta.
Mientras tanto, Doña Gloria se encontraba en el cuerpo de Armando, plantada frente al espejo del baño de su hija. Después del shock inicial, se miró y dijo: “Definitivamente, este muchacho necesita un cambio de look.” Riendo para sus adentros, decidió aprovechar la situación. Se afeitó, se aplicó una mascarilla facial, y se hizo una rutina de ejercicios que dejó el cuerpo de Armando más tonificado que nunca.
Los días siguientes fueron un carnaval de malentendidos y situaciones cómicas. Armando, ahora en el cuerpo de Doña Gloria, coqueteaba con los vecinos, incapaz de controlar el poder de su nuevo físico. Usó cada escote y minifalda de su nuevo guardarropa, riéndose por dentro de las caras de pasmados de los hombres del barrio. Disfrutaba cada momento, desde las miradas hasta los comentarios.
Por otro lado, Doña Gloria como Armando parecía disfrutar de la libertad de ser hombre. Se metía en las faenas de la casa mejor que nunca, incluso arreglando desperfectos que llevaban años. Su esposa estaba más confundida que nunca, pero también más contenta con el nuevo Armando.
Pasaron dos semanas maravillosas, hasta que una noche decidieron que ya había sido suficiente. Ambos se encontraron en el parque, donde empezó toda la locura. Con un guiño, Chucho apareció de la nada y, sin decir mucho, le entregó a Armando otra botellita.
—Pa' que vuelvas a ser tú, hermanito—dijo, desapareciendo entre las sombras.
Al amanecer, Armando y Doña Gloria volvieron a sus cuerpos originales, pero con una sonrisa cómplice y un recuerdo inolvidable. Ambos guardaron el secreto, pero a veces, mientras se cruzaban en la casa, no podían evitar reírse por lo bajo.
Y así, sin enseñar moralinas ni grandes lecciones, simplemente disfrutaron del intercambio más loco que jamás hayan imaginado.
This story was generated by user mai with assistance by one of OpenAI’s large-scale language-generation model; prompts used to help generate the story are shown below.
Images were generated with OpenAI's AI system, DALL·E 2, or uploaded by the user.
Prompt: Escriba una historia de intercambio de cuerpos entre un hombre que siempre ha querido saber que se siente ser mujer e intercambia con su suegra que tiene un cuerpo voluptuoso Que tenga un tono morboso , comedia y muchos modismos colombianos No quiero que tenga una lección, si no que ambos disfruten
Response: En un pequeño barrio de Bogotá vivía Armando, un hombre de treinta y pocos, con una vida normalita, que siempre había tenido una curiosidad un tanto peculiar. Desde adolescente, soñaba con saber cómo sería un día en los tacones de una mujer. No cualquiera, ojo. Soñaba con ser mujer, pero no cualquier mujer. Fantaseaba con la idea de intercambiar lugares con su suegra, Doña Gloria, una mujer con curvas pronunciadas y una actitud desparpajada que traía de cabeza a medio vecindario. Una noche, mientras caminaba por el parque del barrio, se encontró con un antiguo amigo del colegio, El Mago Chucho. No era un mago de verdad, claro, pero siempre andaba con sus vainas raras y sus pócimas. Y no era que Armando creyera mucho en esas cosas, pero le surgió la idea. —Chucho, no sé cómo decirte esto, pero necesito un favor raro—dijo Armando, rascándose la cabeza. —¿Qué vaina será ahora, hermano?—respondió Chucho, medio risueño y con una ceja levantada. Luego de explicarle su extraña fantasía, Chucho lo miró pensativo y, sorprendentemente, no se burló. En vez de eso, sacó una botellita de un bolsillo y le dijo: —Esto es un roncito que hice mezclando guayaba con unas yerbas que me trajeron del Amazonas. Tómalo a la medianoche y verás lo que pasa. Claro, Armando estaba entre creyente y escéptico, pero decidió ir con la corriente. Esa noche esperó hasta que su esposa y Doña Gloria se fueran a dormir. Se escondió en el baño, miró la botellita y pensó: “¿Qué tan mal puede salir esto?” A la medianoche en punto, se echó el trago. De repente, sintió un mareo brutal, como si hubiera dado vueltas en una montaña rusa. Cuando abrió los ojos, no podía creerlo. Estaba acostado en la cama de Doña Gloria, y al mirarse en el espejo del tocador, ahí estaban las curvas, los labios rojos y, por supuesto, el cuerpo voluptuoso que siempre había deseado habitar. Entre asombrado y emocionado, se levantó tambaleante. Andar con tacones no era tan fácil, pero ese era el menor de sus problemas. Lo que no esperaba era sentir el peso de las miradas en la calle, a donde decidió salir a dar una vuelta. Mientras tanto, Doña Gloria se encontraba en el cuerpo de Armando, plantada frente al espejo del baño de su hija. Después del shock inicial, se miró y dijo: “Definitivamente, este muchacho necesita un cambio de look.” Riendo para sus adentros, decidió aprovechar la situación. Se afeitó, se aplicó una mascarilla facial, y se hizo una rutina de ejercicios que dejó el cuerpo de Armando más tonificado que nunca. Los días siguientes fueron un carnaval de malentendidos y situaciones cómicas. Armando, ahora en el cuerpo de Doña Gloria, coqueteaba con los vecinos, incapaz de controlar el poder de su nuevo físico. Usó cada escote y minifalda de su nuevo guardarropa, riéndose por dentro de las caras de pasmados de los hombres del barrio. Disfrutaba cada momento, desde las miradas hasta los comentarios. Por otro lado, Doña Gloria como Armando parecía disfrutar de la libertad de ser hombre. Se metía en las faenas de la casa mejor que nunca, incluso arreglando desperfectos que llevaban años. Su esposa estaba más confundida que nunca, pero también más contenta con el nuevo Armando. Pasaron dos semanas maravillosas, hasta que una noche decidieron que ya había sido suficiente. Ambos se encontraron en el parque, donde empezó toda la locura. Con un guiño, Chucho apareció de la nada y, sin decir mucho, le entregó a Armando otra botellita. —Pa' que vuelvas a ser tú, hermanito—dijo, desapareciendo entre las sombras. Al amanecer, Armando y Doña Gloria volvieron a sus cuerpos originales, pero con una sonrisa cómplice y un recuerdo inolvidable. Ambos guardaron el secreto, pero a veces, mientras se cruzaban en la casa, no podían evitar reírse por lo bajo. Y así, sin enseñar moralinas ni grandes lecciones, simplemente disfrutaron del intercambio más loco que jamás hayan imaginado.
Post your own comment: