Era una soleada tarde de domingo en la casa de Roxana, donde con frecuencia se oía el sonido de risas, chillidos y ocasionales estallidos de llanto provenientes de Badry, que a sus 1 año y 9 meses estaba en plena exploración del mundo. Ana, de 25 años, toda una mamá primeriza, estaba con el estrés al borde de un precipicio, mientras Roxana, a sus 42 años, parecía estar por encima de todo, con esa actitud de "he visto de todo" que las suegras suelen tener.
El problema comenzó cuando Badry, con su inagotable energía, decidió que era buen momento para tirar de la cola del gato de la vecina, que casualmente había decidido hacer una visita no tan cordial al patio de la casa. Ana, en un momento de desesperación, le dio un pequeño golpe en la mano al pequeño travieso.
Roxana entró en la escena como si hubiese sido llamada por las mismas fuerzas del universo, justo en ese preciso momento. Tenía un sexto sentido para estas cosas.
—¡Ana!—exclamó Roxana, con los ojos bien abiertos—¡No puedo creer que le hayas pegado a Badry!
Ana, que ya se sentía culpable, intentó justificarse:
—Pero Roxana, él estaba tirándole de la cola al gato y...
—No hay peros que valgan—interrumpió Roxana—. Aquí no toleramos ese tipo de comportamiento. Y ya que estás actuando como una niña, te trataré como tal.
Ana, ahora más confundida que un mapache en una tienda de lámparas, vio cómo Roxana salía de la habitación para volver con un pañal XXL.
—¿Qué es eso?—preguntó Ana, sospechando que su día estaba a punto de empeorar.
—Esto, querida nuera, es tu prueba de paciencia—dijo Roxana, con una sonrisa peculiar—Te vas a poner este pañal y harás algunas cosas de bebé para aprender lo que sienten Badry y cualquier niño a esa edad.
Ana intentó resistirse, pero finalmente, sintió que era mejor no discutir con la emperatriz del hogar.
Primero, Roxana hizo que Ana gateara por la sala mientras hacía ruidos de bebé. Luego, la hizo beber leche de un biberón gigante que parecía sacado de una feria de atracciones. Después, Ana tuvo que jugar con bloques de construcción, aunque su mente adulta intentaba encontrar formas de hacer un edificio civilmente correcto.
Toda esta escena se transformó en un desfile hilarante que dejó a Badry entretenido, aunque seguramente confundido, y a Roxana riéndose a carcajadas.
Pero el punto culminante llegó cuando Ana, sintiendo una presión en su abdomen, no tuvo más remedio que experimentar lo que un bebé realmente siente al usar pañales.
—Roxana...—dijo Ana, cautelosa—, creo que... necesito ayuda.
Roxana, con un brillo travieso en sus ojos, se acercó.
—Parece, Ana, que has aprendido la lección—dijo Roxana, entre risas—. Y recuerda, siempre ten paciencia y amor, incluso cuando el pequeño demonio interior de Badry aparezca. Los bebés necesitan amor, no golpes. Ahora, mejor vayamos a cambiarte antes de que empeore tu situación.
Mientras Roxana la ayudaba a cambiarse, Ana no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, Roxana no era tan mala después de todo. Y con eso, la casa recuperó su equilibrio divertido y caótico, al menos hasta la próxima travesura de Badry.
This story was generated by user losafg with assistance by one of OpenAI’s large-scale language-generation model; prompts used to help generate the story are shown below.
Images were generated with OpenAI's AI system, DALL·E 2, or uploaded by the user.
Prompt: Escribe una historia, con estos personajes, ana de 25 años, badry de 1 año y 9 meses, roxana de 42 años. Ana es la mama badry y es nuera de roxana. Creame una historia donde roxana castiga a ana por haberlo pegado a badry. Hace que ana use un pañal de bebe talla xxg que le quedaba perfecto porque ella tenoa un trasero delgado y suave como de un bebe, y haga cosas de bebe(tu crea las cosas) Y al final ana se hace popo en su pañal y roxana se burla y le dice un comentario con una lección. Que la historia tenga dialogos.
Response: Era una soleada tarde de domingo en la casa de Roxana, donde con frecuencia se oía el sonido de risas, chillidos y ocasionales estallidos de llanto provenientes de Badry, que a sus 1 año y 9 meses estaba en plena exploración del mundo. Ana, de 25 años, toda una mamá primeriza, estaba con el estrés al borde de un precipicio, mientras Roxana, a sus 42 años, parecía estar por encima de todo, con esa actitud de "he visto de todo" que las suegras suelen tener. El problema comenzó cuando Badry, con su inagotable energía, decidió que era buen momento para tirar de la cola del gato de la vecina, que casualmente había decidido hacer una visita no tan cordial al patio de la casa. Ana, en un momento de desesperación, le dio un pequeño golpe en la mano al pequeño travieso. Roxana entró en la escena como si hubiese sido llamada por las mismas fuerzas del universo, justo en ese preciso momento. Tenía un sexto sentido para estas cosas. —¡Ana!—exclamó Roxana, con los ojos bien abiertos—¡No puedo creer que le hayas pegado a Badry! Ana, que ya se sentía culpable, intentó justificarse: —Pero Roxana, él estaba tirándole de la cola al gato y... —No hay peros que valgan—interrumpió Roxana—. Aquí no toleramos ese tipo de comportamiento. Y ya que estás actuando como una niña, te trataré como tal. Ana, ahora más confundida que un mapache en una tienda de lámparas, vio cómo Roxana salía de la habitación para volver con un pañal XXL. —¿Qué es eso?—preguntó Ana, sospechando que su día estaba a punto de empeorar. —Esto, querida nuera, es tu prueba de paciencia—dijo Roxana, con una sonrisa peculiar—Te vas a poner este pañal y harás algunas cosas de bebé para aprender lo que sienten Badry y cualquier niño a esa edad. Ana intentó resistirse, pero finalmente, sintió que era mejor no discutir con la emperatriz del hogar. Primero, Roxana hizo que Ana gateara por la sala mientras hacía ruidos de bebé. Luego, la hizo beber leche de un biberón gigante que parecía sacado de una feria de atracciones. Después, Ana tuvo que jugar con bloques de construcción, aunque su mente adulta intentaba encontrar formas de hacer un edificio civilmente correcto. Toda esta escena se transformó en un desfile hilarante que dejó a Badry entretenido, aunque seguramente confundido, y a Roxana riéndose a carcajadas. Pero el punto culminante llegó cuando Ana, sintiendo una presión en su abdomen, no tuvo más remedio que experimentar lo que un bebé realmente siente al usar pañales. —Roxana...—dijo Ana, cautelosa—, creo que... necesito ayuda. Roxana, con un brillo travieso en sus ojos, se acercó. —Parece, Ana, que has aprendido la lección—dijo Roxana, entre risas—. Y recuerda, siempre ten paciencia y amor, incluso cuando el pequeño demonio interior de Badry aparezca. Los bebés necesitan amor, no golpes. Ahora, mejor vayamos a cambiarte antes de que empeore tu situación. Mientras Roxana la ayudaba a cambiarse, Ana no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, Roxana no era tan mala después de todo. Y con eso, la casa recuperó su equilibrio divertido y caótico, al menos hasta la próxima travesura de Badry.
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